LOS MIEDOS SEXUALES[1].
La pulsión sexual es más fuerte que todas las represiones culturales sobre la manifestación de la misma. El instinto de conservación de la especie ha llevado a los seres humanos a perpetuarse en el mundo. Sin embargo, la cultura le ha cobrado un alto precio, mediante los prejuicios, las prohibiciones, los mitos, la ignorancia y el rechazo que ha fijado a la libre expresión de los deseos. Para lograr el nivel de civilización alcanzado, el hombre tuvo que establecer un sin fin de reglas y normas a la sexualidad, pues si ésta se hubiera manifestado libremente, el hombre seguiría como en la época de las cavernas, pues no habría tenido que sublimar, desplazar, proyectar ni reprimir sus deseos sexuales. Sin embargo, el miedo impuesto a la manifestación sexual también ha tenido su costo emocional y social.
Desde siempre y en todas las culturas, se ha tenido la necesidad de atemorizar a los ciudadanos sobre la expresión de su sexualidad. En un principio fue por la ignorancia que los primitivos tenían sobre la reproducción, pues no comprendían el proceso de la concepción, de la gestación, ni del parto, por lo que construyeron explicaciones míticas, alejadas de la realidad. Con el tiempo, los poderes políticos y religiosos descubrieron que, si sometían la sexualidad de sus súbditos, tendrían un mejor control de su conducta, para lo cual establecieron mitos, fundados en falsedades, con el fin de hacerles creer que determinados comportamientos y pensamientos sexuales eran malos y que quienes los tenían no merecían vivir en la comunidad. Como la vigilancia personal era imposible, tuvieron que someter las conciencias mediante las amenazas divinas, estableciendo de esta manera un súper yo perseguidor y culpígeno, alimentado en la desaprobación social, cuyas reglas y normas fueron trasmitidas de generación en generación por los padres.
Hoy en día, a pesar de tanta información al alcance de la mano, derivada de las múltiples investigaciones sexológicas realizadas en todo el mundo, un alto porcentaje de personas sigue rigiendo su vida sexual en base a los miedos de sus ancestros. Persisten los temores a la menstruación y a la mujer menstruante, pues se le hace a un lado en su periodo y algunos hombres las rechazan con asco en “sus días”. Muchos varones siguen temiendo a la fertilidad de la mujer, por lo cual la agraden y tratan de someter haciéndole creer que es incapaz y devaluándola, para no sentirse menos frente a su capacidad sexual y orgásmica. El miedo a no tener un pene lo suficientemente grande es algo que preocupa a muchos varones en todo el mundo. Éstos creen que el placer de su mujer depende del tamaño de su miembro viril y, sin tener el conocimiento adecuado, dudan de su fortaleza sexual al creer que no cuentan con un pene gigantesco. Son hombres que se quedaron en la mentalidad infantil de creer que “más” es igual a “mejor” y en ocasiones, teniendo un pene “estadísticamente normal”, piensan que es más chico que el de los demás, lo cual les baja su auto confianza y los lleva a tener conductas sexuales inadecuadas, entre las que sobresalen la eyaculación precoz y la sexualidad promiscua, con el fin de querer comprobarse a sí mismos que son sexualmente capaces.
Entre algunas de las causas de la eyaculación precoz, está el temor a la mujer y a sus genitales, los cuales se experimentan similares a la cabeza de medusa, razón por la cual se le desea, al tiempo que se le teme, lo cual provoca que la visita del pene al interior de la vagina resulte fugaz, con el consecuente desagrado femenino por la frustración provocada. En los casos de impotencia psicógena, la provocada por dificultades emocionales, también aparece este tipo de miedo, solo que es más fuerte que en la eyaculación precoz, razón por la que, aunque haya el deseo de la erección, ésta no se alcanza, pues el miedo es mayor.
Por su parte las mujeres suelen temer que el pene les cause algún daño en su interior. Si están embarazadas creen que se puede dañar al feto y que éste nacerá con algún defecto, producto de sus relaciones sexuales. Algunos hombres llegan a temer que el feto les dañe su pene o causarle algún mal a su futuro bebé, razón por la que dejan de tener sexo con su mujer embarazada. Algunas mujeres tienen el temor de que el embarazo destruya para siempre su figura física y que su pareja las deje de desear, por lo cual reprimen su sexualidad durante el embarazo y en el post parto, para hacerse a la idea de que ya no serán deseadas, refugiándose en el ejercicio de su maternidad y reprimiendo su libido.
Las enfermedades de transmisión sexual son otro de los elementos que se utilizan para amenazar a los hombres y las mujeres en el ejercicio de su sexualidad. Si bien es cierto que la sexualidad debe ejercitarse con responsabilidad y con los cuidados pertinentes para evitar contraer el SIDA o cualquier otra enfermedad de transmisión sexual, el temor a las mismas no debe ser la razón para reprimir la vida sexual, ni para tener alteración en el sano ejercicio de la misma. Algunas personas han llegado al grado de reprimir por completo su sexualidad o de vivirla de forma empobrecida por el miedo a un contagio.
La culpa por los deseos sexuales es la peor de las amenazas que pesa sobre el ejercicio de la sexualidad, pues si ésta se ejerce de mutuo acuerdo con una pareja adulta, madura y responsable, la culpa está de más. Sin embargo, por influencia de la cultura, se siguen estableciendo patrones de comportamientos en los que el sentimiento de culpa determina si la sexualidad se experimenta con o sin placer.
Cuando los miedos son mayores que el placer, los individuos y las parejas ven entorpecido el sano y placentero ejercicio de su sexualidad, por lo que se debe luchar para erradicar los mitos, prejuicios, ignorancia y miedos que existen sobre la conducta sexual, buscando literatura científica adecuada, asistiendo a conferencias y/o consultando con un profesional en la materia.
[1] Artículo escrito para el programa El expresso de las diez de radio Universidad de Guadalajara, del día 30 de agosto de 2018.