SEXO SIN CULPA.
Para muchas personas es imposible desligar sus deseos sexuales de fuertes sentimientos de culpa, que las llevan a sufrir de neurosis o de otros trastornos emocionales más graves en su personalidad, porque han aprendido que tener este tipo de deseos es algo sucio, rechazable y/o pecaminoso, que las personas bien educadas no sienten esas cosas feas, o que eso es solo para las personas malas.
Este tipo de actitudes han sido reforzadas a través de los siglos por la religión y por ciertos sectores retrógrados y reaccionarios de la población, con el fin de tratar de reprimir la libre manifestación y expresión del erotismo natural de los seres humanos, con la intención de controlar el pensamiento y conducta de las personas, con el fin de usarlas en su beneficio político, económico y/o religioso.
Para millones de personas, esto ha significado mucho sufrimiento, porque han tenido que enfrentar a las prohibiciones culturales contra los deseos naturales y normales, lo que los ha llevado a vivir su sexualidad de manera conflictiva y culpígena, con unos costos emocionales muy grandes. Quienes han tenido la mala fortuna de haber recibido una inadecuada educación sexual en su infancia y adolescencia, sufren las consecuencias en su vida conyugal. Los trastornos de las funciones sexuales, tales como las desviaciones y las disfunciones, están muy ligadas a este tipo de fallas en el hogar.
Tanto los hombres como las mujeres que han experimentado este tipo de influencias negativas para su vida sexual, refieren sentirse culpables después de tener relaciones sexuales con sus parejas, incluso si están casados legal y religiosamente, pues la culpa que les han grabado en su mente, no la pueden dejar de lado, pues ésta aparece en cuanto surge en sus mentes cualquier fantasía sexual.
Juan es un hombre maduro, profesionista exitoso, padre de tres hijos ya casados y también profesionistas, con más de 25 años de casado. Muy querido por su esposa a la que ama y a la que nunca le ha sido infiel, que acude a consulta por tener serios problemas con su pareja, la que lo ha amenazado diciéndole que si no se atiende de su problema, él será el culpable de que ella se busque un amante. Él ronda los sesenta años y su esposa los cincuenta. Ambos dicen amarse y así lo manifiestan, pero ella está desesperada porque él no tiene interés en el sexo “y yo si tengo ganas”. Ambos refieren haber recibido una educación estricta en materia de sexo y que en los más de 25 años de casados no se han visto desnudos, porque apagan las luces cuando se desnudan y hacen el amor debajo de las sabanas. En la relación sexual se han concretado a la posición del misionero, él arriba y ella abajo. Él termina lo más pronto posible para acabar con “ese asunto” y enseguida se duerme. Ella se queda insatisfecha, pero no había protestado porque en su casa le dijeron que así eran los hombres y las cosas del sexo.
En sus hogares nunca se habló del sexo de manera abierta y lo que saben es lo poco que han aprendido juntos. Muchos años tuvieron la idea de que era algo malo pensar en verse los cuerpos desnudos y veían a sus necesidades sexuales como algo inevitable que había que hacer a veces, hasta que ella se dio cuenta de que otras mujeres tenían orgasmos y hablaban maravillas de sus relaciones con sus parejas. En la consulta se muestran tímidos para hablar de su vida sexual y se apenan de su ignorancia en la materia, pero manifiestan deseos de cambiar y de aprender para continuar con su vida conyugal amorosa, pero enriquecida con el sexo placentero y no culpígeno, como el que han tenido en más de 25 años.
Jorge es un joven universitario de 24 años, exitoso en su trabajo, que mantiene relaciones sexuales con su novia y con la que se piensa casar este año. Acude a consulta “porque cada vez que tenemos relaciones yo me siento muy culpable y luego me auto flagelo y pienso que soy un miserable por tener sexo con mi novia sin estar casado, pienso que se va a embarazar y que les vamos a fallar a sus papás y aunque siento algo de placer, es más grande la culpa. Eso me ha afectado en el trabajo, porque no me concentro y pienso que algo malo me va a pasar, sobre todo al día siguiente de que tuvimos relaciones sexuales, a veces ni puedo dormir en dos noches”.
Marisela es una chica de casi 30 años que también se siente mal porque ha aceptado tener relaciones sexuales con su novio y cree que ya no vale nada porque aún no se han casado. Piensa que merece le pase una desgracia y cree que si sus padres se enteraran la matarían, no sabe qué hacer, ha perdido el sueño y el apetito.
Griselda es una mujer de 35 años casada, con dos hijos, que no permite que su marido la toque en sus genitales, porque le enseñaron que eso era algo malo, a duras penas acepta la relación sexual y la vive como si fuera una violación. Viene a consulta porque teme perder su matrimonio por ser así. Cada vez que tiene relaciones sexuales se siente sucia y mala y cree merece que le pase una desgracia, esto se incrementa cuando llega sentir algo de placer.
Estas son solo unas pequeñas muestras de lo que les pasa a muchas personas alrededor de su vida sexual, cuando la culpa acompaña a las relaciones sexuales e impide que éstas se gocen con naturalidad.
En la medida en que la población comprenda que la sexualidad es una cualidad humana que nos permite disfrutar de la vida y que no hay nada de malo en amar a la pareja y disfrutar del sexo en la intimidad con ella o con el auto erotismo, habrá menos violencia, menos gente frustrada, menos violaciones y más personas satisfechas y realizadas, más libres y capaces de amar y producir más y mejor. Para ello habrá que educar a las nuevas generaciones en una sexualidad informada, responsable y asociada con el placer y no solo con la función reproductiva.